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Jugar no tiene sexo

El verbo jugar no tiene sexo, género ni condición. Además, es un derecho de los más pequeños, tal como proclama la Convención sobre los derechos del niño.

Que los niños y las niñas son diferentes es una realidad incontestable, pero también es cierto que van construyendo su identidad de género de acuerdo con la cultura en la que les ha tocado vivir, por imitación de los modelos más cercanos. La construcción del género comienza en el momento del nacimiento y es básicamente social. Dicho de otro modo: aprendemos a ser niño o niña. Y este aprendizaje condiciona los comportamientos de los niños.

Los niños y niñas van interiorizando, atentos siempre a las expectativas de las personas que los rodean y los quieren, el rol de género que los identifica. No es extraño, pues, que en familias y entornos fuertemente estereotipados, los niños construyan más rígidamente sus roles que en otros más abiertos.

En todo esto tienen mucho que ver los juegos y los juguetes que les ofrecemos. Basta con dar un paseo por sus habitaciones. ¿Les echamos un vistazo? Coches, pelotas, espadas, héroes, dinosaurios y otros animales feroces…, muñecas, cocinitas, supermercados, cunas, disfraces de princesa, animales de granja, manualidades… Tienes claro cuál es la habitación del niño y cuál la de la niña, ¿verdad?

O tal vez te estás diciendo: «¿Tú crees? ¿No exageras?». Ojalá seas de aquellas personas que intenta no discriminar y huir de estereotipos. ¡Felicidades! ¡Sigue así! Sin embargo, colectivamente nos queda mucho camino por recorrer. En primer lugar, hay que analizar cuáles son nuestros prejuicios de adultos a la hora de considerar si ciertos juguetes y juegos son más de chicos o de chicas. De hecho, una pregunta de la que nunca me escapo al hablar con familias es: «¿Crees conveniente que le compremos a nuestro hijo aquel muñeco que nos pide y el cochecito para pasearlo?». Curiosa pregunta, ya que nunca me han planteado la cuestión contraria: «¿Crees que haremos bien si le regalamos a nuestra hija un monstruo, un coche teledirigido o un dron?»

Partiendo de esta base y teniendo en cuenta que el entorno familiar es donde empieza a formarse la personalidad del niño, es ahí donde ejercemos las primeras discriminaciones, quizás incluso involuntarias. Sabemos que antes de los 3 años los niños ya han incorporado no sólo hábitos de género, sino también de la jerarquía entre géneros, interiorizando todo lo que, consciente o inconscientemente, les hemos transmitido. Cuando los niños llegan a parvulario, ya tienen muy bien definidos los roles, gustos, tipos de juegos… Es decir, estereotipos de género establecidos como diferencias de trato y de estímulos, tono de voz, contenidos de las frases, actividades que entienden como propias y, por supuesto, juguetes, con una clara diferenciación entre el universo femenino y el masculino.

A partir de los 3 años las demandas de niños y niñas son muy diferentes, pero también es cierto que a menudo, cuando manifiestan gustos «del género contrario», nuestra sociedad se muestra confusa e intenta evitarlos. O lo que es peor, cuando una niña pide coches, espadas o pelotas, se aprueba con satisfacción, ya que se considera una muestra de que se ha educado en la igualdad, pero cuando es el chico el que pide muñecas y cocinitas, nos sentimos inquietos, y más aún si el deseo de una muñeca va acompañado del de un cochecito para sacarla a pasear por la calle.

Si os fijáis, los juguetes que ofrecemos y que habitualmente acaban pidiéndonos están, en el caso de las niñas, más orientados a desarrollar el cuidado por el detalle, la ternura, la motricidad fina y el cuidado de los demás, a triunfar gustando; en cambio, en el caso de los niños, están más orientados a la motricidad gruesa, al movimiento, la fortaleza, la acción y la relación entre iguales.

Pero no olvidemos que tanto los niños como las niñas pueden disfrutar jugando con un muñeco, del mismo modo que tanto unos como otros pueden reír y gritar de emoción ante una carrera de coches. Unos y otros necesitan educarse en el respeto, la iniciativa, la ternura, el ingenio, la paciencia, la empatía…, simultaneando valores asociados a ambos géneros. Es a partir del momento en que el adulto les permite o no jugar con un determinado juguete cuando el juguete se convierte en sexista, cargado de estereotipos. Esto empobrece el juego y, por lo tanto, el imaginario y la experiencia de nuestros niños.

Tenemos una gran responsabilidad. Nuestros hijos necesitan jugar e imitar, dos elementos clave en su crecimiento. Debemos tener muy presente esta necesidad en casa y en el colegio, ya que tenemos que poder ofrecerles juegos y juguetes respetando sus intereses pero sin juzgarlos, y modelos para imitar que sean adecuados a unos objetivos, unos objetivos que pretendemos que sean los más ambiciosos dentro del conjunto de los valores humanos y sociales.

Es necesario, pues, que seamos sinceros con nosotros mismos cuando seleccionemos los juguetes y se los ofrezcamos a nuestros niños. Debemos intentar tener una actitud abierta y sin prejuicios y acoger su juego con confianza. No olvidemos que el juguete se regala, no se impone; por lo tanto, es clave saber crear un ambiente de relajación psicológica, de libertad, de imaginación y fantasía, donde el niño que juega se sienta libre para crear, equivocarse y mostrarse tal como es.

¿Juegas?

Imma Marín
Presidenta de la Asociación por el Derecho de los Niños a Jugar
Fundadora de Marinva

www.jugaresundret.org
www.immarin.com

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